Rafael Soriano (1920-2015)

La buena noche

El 9 de abril de 2015 salía a un largo viaje con un sonido recurrente, en dos tonos principales que oscilan desde un Do minimalista compuesto por Hans Zimmer. Llegando a Moscú supe la noticia y, culpa de Hans en “Interstellar”, ese sonido ahora persiste, de un modo acaso individualizado por mi experiencia en esas horas. Tío Felo, como en mi familia le llamamos a Rafael Soriano, nos había dejado para marchar indócilmente a esa buena noche donde la vejez arde y delira con vistas a algo más1 . Lo supe aterrizando con un Volga congelado, con la melancolía de ese filme y la que guardo muchas veces por cuestiones personales. En ese momento, todo eso se fundió apuntando hacia él. Y aunque vivió largo, sólo le vi una vez cuando niño; por allá por los ochenta, cuando vino en esos vuelos de “la comunidad” a visitarnos con mi prima Hortensia. Tal vez el haberme rodeado en mis vacaciones infantiles de sus pinturas, guardadas en el vetusto Pueblo Nuevo de Matanzas y algunas que aún mantenemos, haya sido una de las primeras cosas que me fueran realmente cercanas del arte.

Rafael Soriano. «Imagen en el Silencio». 50 x 50 pulgadas. 1992

Porque las podía tocar, verlas imponentes desde su abstracción, ya casi “onírica” por esos momentos, dentro de casas que estéticamente nada tenían que ver con la percepción pionera que le caracterizó a él y a otros de sus cercanos por los años cincuenta; ni con ese barrio, esa ciudad y este país que se quedó en algún punto impreciso del tiempo.

Yo no tenía idea de su importancia, como muchos en Cuba aún, ni de lo que me depararían estos años. Luego fue que supe de los Concretos, luego fue que pude asimilar la importancia de la abstracción. Más tarde fue que empecé a comprender algo más del arte y a valorar lo poco que él había dejado en su salida del país a comienzos de los sesenta. Así me hice de uno de sus caballetes y de una paleta que por una cara tiene sus mezclas de aquellos años, por la otra las mías de fines de los ochenta. Las suyas más serenas, las mías más coléricas. Las suyas siempre han sido más elegantes y es el lado que gusto mostrar ante las vergonzosas mezclas pastosas que yo hiciera.

Más que un pedido, esto que escribo es una necesidad. Como pasa a muchos de nosotros, hay una distancia en nuestras circunstancias de vida que, vista desde arriba, podría entenderse como un trauma social, antropológico, cultural, que aún no podemos calibrar cuánto influya en nuestro acervo. Tío Felo fue parte de quienes lo vivieron, de los que tuvieron que sobrepasar la tristeza de irse a otro lugar y encontrar en su “naufragio” un mundo muy personal. Pero esa angustia siempre estuvo con él, como con muchos de nosotros. Su obra fue entonces un antídoto. Se extendió mediante ella a otros niveles que nada tienen que ver con lo que se ha entendido cerradamente como abstracción. Porque literalmente construyó varios cosmos. De aquel comienzo concreto, aún viciado por una búsqueda en otros referentes desde el arte y el lenguaje moderno, se adentró con los sesenta, duramente en un comienzo, en algo que resulta muy personal. Si por un momento la crítica cercana a él lo definió dentro de un onirismo, eso fue trascendido hacia otro camino que es menos “occidental” en su proceso interno y más cercano a lo semiótico, lo simbólico y lo gnóstico. Y aunque no gusto de lo que se genera como un patrón, en su caso el patrón era, tal vez, el de la creación poética en apariencias.

Rafael Soriano. «Peregrino de Luz». 40 x 30 pulgadas. 1991

Porque no podemos entender sus pinturas como abstracciones. En ellas viven claves que provienen de una base mística, con una teosofía aprehendida y practicada a partir de Bessant, Blavatsky, Krishnamurti. Una triada que no sólo a él le influyó desde la misma Matanzas, pues parece haber evolucionado a otros niveles que vitalmente practicó en su fuero místico. Por eso su creación es de un alto componente espiritual y se hace ostensible en ese “universo” cambiante y eterno que recreó. Y resulta curioso, porque al margen de su maestría técnica en el juego con las transparencias, las densidades, las complejidades casi rizomáticas que planteaba, los ardides de regusto barroco con las sombras, las atmósferas y las luminiscencias, el tino que mayormente tuvo para titular sus obras –que expresa su matiz poético–; apartando todo eso, Felo fabuló múltiples posibilidades de lo infinito. Las percibió desde un procedimiento anclado en la tradición, en lo más arraigado a la pintura, y hoy en día es parte de todos esos mundos posibles que la tecnología ha ofrecido al ser humano con el Hubble, los mapeos satelitales, virtuales y de la ciencia-ficción, aun dentro de una práctica artística que he constatado y por la que doy todo dentro de los Medios emergentes. Surgido en su taller y en su mundo interior, pleno de añoranzas por su origen –tío Felo decía que su paleta cambiaba como cambiaba de color, siete veces al día, la bahía de su recordada Matanzas–, su mundo es el de entes en los que creyó, espectros con los que como buen Médium dialogaba y que erigen a ese universo visible e invisible y esencial.

Rafael Soriano. «Naturaleza Onírica». 50 x 60 pulgadas. 1991

Hay artistas que aún desde la tierra trazan sus ejes al cosmos, creyentes de ser parte de algo más que posee una condición sistémica. Y eso los hace sentirse más libres. Aún en circunstancias como las del destierro, el abandono, la mudanza abrupta y el pesar que todo eso conlleva. Y esto le sucedió a nuestro Soriano. Cayó en una zona amnésica y esa maldición lo hizo ser un maestro en otro reino: el de la interioridad iluminante pero paradójicamente desconocida por muchos de su tierra de origen. Mas él supo trascender esa mera identidad para penetrar en otro mundo que tal vez le haya abierto un camino interior difícil de escudriñar –por tan individual– pero que supo compartir encontrando sosiego, sabiduría sin alardes, disciplina como un monje haciendo su escritura en búsqueda del saber último –que no siempre lo advierten los demás, solo el individuo en su interior–. Por eso dejó de ser un abstracto para ser alguien en búsqueda de un sentido de lo eterno.

Respecto a este pensamiento insular que nos hace sentirnos el centro de mucho, a Rafael no se le hizo partícipe de la cultura en el inside. Continuó su obra con humildad desde Miami, y desde allí se le ha comprendido como uno de los últimos maestros pictóricos que proveyó la modernidad latinoamericana. No es fácil rastrearlo en las colecciones del Museo Nacional de Bellas Artes. Si bien en algunos espacios académicos o derivados del mismo se le “conoce” como parte de la renovación artística cubana –la real, porque recordemos que la abstracción en sus dos líneas de los cincuenta del siglo XX fue la que sincronizó la práctica del arte cubano moderno con lo que sucedía internacionalmente, o al menos en occidente–, muchos ignoran su quehacer artístico. Lo que hizo en el Museo con Agustín Cárdenas en los cincuenta se recoge en algunas imágenes de una excelente revista de difícil acceso u olvidada, la del INC2 . Su obra como formador de un importante espacio académico, la Escuela de Artes Plásticas de Matanzas desde que terminara en los cincuenta en la Academia “San Alejandro”, no es reconocida.

Rafael Soriano. «Preludio de un Ensueño». 54 x 50 pulgadas. 1987

Su sencillez y mundo interior le salvó, además de cierto temperamento tal vez provinciano que le permitió ser, bien adentro, inquieto espiritual y cosmogónicamente. Mi tío encontró su oasis en su obra y su familia. No sin tropiezos recuperó el respeto del mundo cultural artístico, incluso al margen de disquisiciones políticas polarizadas. Hoy su valoración como creador se redimensiona por su reciente pérdida. Pero su presencia dentro del panorama cultural americano es ostensible y con un lugar dignamente ganado como el de otros de sus colegas. Y ganó la cultura latinoamericana un cultor de mundos que hoy nos son más cercanos.

Hoy ese lauro nadie se lo quita y es momento de volver a una meditación en torno a su creación, sobre cómo ser inclusivos y volverla a sopesar. Por eso, una vez más la cultura cubana ha de emplear su lucidez respecto a Soriano, quien nos indicara que vivimos en un mundo donde debemos ser furiosos ante la muerte de la luz.

Bonn. 18 de abril de 2015
Publicado en: La Gaceta de Cuba. No. 3, mayo-junio 2015. pp. 54-55.

Y en: LA OTRA. Revista de poesía + Artes visuales + Otras letras. Año 12, No. 148, agosto 2019.
Coyoacán, CDMX, México. ISSN: 2007-8005.

  1. Parafraseo el poema de Dylan Thomas “Do not go gentle into that good night” que está presente en todo el film y “curiosamente” empasta con mucho de lo que caracteriza a la obra de Rafael Soriano. ↩︎
  2. INC. Iniciales del Instituto Nacional de Cultura creado durante los años cincuenta con su revista homónima, diseñada y artísticamente dirigida en gran parte por su colega y amigo Mario Carreño. ↩︎