Una “carga al machete” por Félix González-Torres y el arte cubano conceptual
Nacido el 26 de noviembre de 1957 en Guáimaro, provincia de Camagüey, Cuba, y fallecido el 9 de enero de 1996 en Miami, Félix González-Torres es uno de los artistas visuales de reconocimiento internacional que le confiere al conceptualismo, en combinación con el minimalismo y otras tendencias contemporáneas, una capacidad reflexiva que tiende a lo poético y lo individual, más allá de la renovación lingüística o formal que se pueda encontrar en estas corrientes.
En 2004 fuimos a su pueblo natal e invitamos a uno de los más importantes pensadores, editores y analistas de la teoría del arte que uno pueda haber conocido, Desiderio Navarro, otro ilustre de esa estirpe camagüeyana con proyección universal. Recientemente, y sin que supiera de aquel periplo, el autor de este texto fue invitado a ir nuevamente, esta vez por el crítico de arte Desiderio Borroto. No creemos en casualidades, sino en causalidades.
Las redes sociales, y dentro de ellas muchos relacionados con las artes visuales, generaron una suerte de infierno a raíz de la sorpresiva venta por más de 13,6 millones de dólares, el 14 de Mayo de 2024 en Christie´s, de la instalación “Untitled (America)” No 3, obra del artista cubano-estadounidense Félix González-Torres.
Existe un incontable número de artistas visuales de Cuba que se sintieron muy ofendidos porque una pieza emblemática del arte conceptual de la isla se haya vendido en esa astronómica cifra. Están muy de moda los linchamientos al conceptualismo en las redes sociales, diariamente es sometido a bullying y a denigraciones constantes en los grupos de arte a nivel internacional, pero esta última venta exacerbó los ataques a niveles nunca vistos entre los cubanos del campo del arte.
Las causas de este odio visceral son muchas, pero principalmente nace del desconocimiento por parte de una gran parte de los creadores visuales del lenguaje filosófico del conceptualismo, los statements son para ellos barreras infranqueables y molestas. El corpus teórico marea y deja “perdidos en el llano” a la inmensa mayoría de los pintores y de los tradicionalistas. Además, tenemos que agregar aquí la indignación, el rencor y la envidia provocados por las sumas millonarias en que se venden las obras del arte contemporáneo global, cifras que con el paso de las últimas décadas se han ido multiplicando hasta llegar a precios exorbitantes para los que tienen una visión conservadora, a pesar de ser archiconocido que la pintura de caballete sigue siendo la reina indiscutible del mercado del arte.
Y no me vengan a decir que los conceptualistas denigran y se burlan de los que no pertenecen a su clan, porque esas posiciones beligerantes están pasadas de moda hace “ratón y queso”. Detengámonos a escuchar en galerías, museos y escuelas de arte, vayamos a revisar la red de redes y fijémonos bien cómo responden los conceptualistas a los ataques más brutales; responden con casi un total silencio, con evasivas y en los casos muy extremos simplemente se limitan a bloquear a los atacantes. Además, varios críticos de arte ya establecidos, que otrora fueron defensores a ultranza del arte post-conceptualista, hoy por hoy se hacen los desentendidos ante las incontables injusticias e incluso algunos se han dedicado a teorizar sobre un tipo de pieza más contemplativa que ronda peligrosamente con la llamada “candonga” –modo en que aún se le sigue denominando en el contexto cubano y de su diáspora a lo que se vende como souvenir, mal confundido con arte–.
La pieza de la discordia de Félix estuvo recibiendo incontables ataques sin piedad. Los escarnios y las mofas inundaron las páginas digitales, los blogs y otras plataformas del arte contemporáneo cubano. Los comentarios negativos de pasillo, en los muros personales de Facebook y en los perfiles de Instagram, fueron violentos. La gritería de los intrusos llegó a invadir incluso nuestras propias publicaciones y en los grupos de arte del ciberespacio se suscitaron batallas campales contra la obra más cara de la historia del arte cubano emplazado a un nivel internacional. Por desgracia todos contemplamos cómo este fenómeno se repitió de manera exponencial con una ferocidad que duró numerosos días, a todos se nos fue de las manos la situación y se nos desencadenó un verdadero caos de intolerancia entre nuestros seguidores.
No se puede ser tolerante con el bullying excesivo contra la obra de González-Torres, ni contra las denigraciones hacia los creadores conceptuales de excelencia, porque, aunque la idea primigenia sea tener una plataforma democrática y abierta al debate, si se cae en la ofensa grave, lo que pudo ser una apología se convierte en el vejamen más denigrante. Muchas veces buscando con astucia mayor cantidad de visibilidad y alcance dejamos abierta la puerta y permitimos que entre la manada en su estampida y destruya todo a su paso. Por eso existen las leyes en las redes sociales, para contener todos esos desmanes de la actualidad, desde las restricciones hasta los bloqueos en los casos más graves.
Los desafueros de Avelina Lésper y Antonio García Villarán son utilizados por nuestros detractores como un libro sagrado por una turba de fanáticos. Sus argumentos son citados como un canon infalible contra todo lo que no se ajuste a una manera oscurantista y medieval de entender el arte. No tanto a la señora Lésper por ser más atorrante y desaforada, sino a don Antonio, por ser un comunicador y un encantador de serpientes profesional. Su llevado y traído término neologista “hamparte” se ha vuelto tan viral, que lo he visto utilizado hasta por encarnizados defensores del conceptualismo. Parece que el “Síndrome de Estocolmo” se está adueñando de nuestras filas como una plaga devastadora.
El poeta, ensayista y crítico de arte Rafael Almanza afirma que “la poesía tiene derecho a defenderse” y yo reafirmo también que el arte conceptual tiene ese mismo derecho. Félix González-Torres necesita voces legitimadas que defiendan con creces su legado frente a los incultos, a los perfiles falsos y a los odiadores en las redes sociales. No debemos seguir quedándonos tranquilos y callados ante tanto pensamiento retrógrado y tanta miseria humana, puede que seamos una pequeña minoría filosófica, pero tenemos el derecho de pelear hasta el final.
Porque la mentalidad de aldea en el gremio del arte cubano se mantiene arraigada firmemente desde Jatibonico hasta Nueva York.