Mundo polar del siglo XXI

Acéfalos I

Tras los “avionazos” a las torres de Yamasaki nada queda claro sobre quién o quiénes rigen el mundo. Todos miramos al cielo aterrorizados, y ni siquiera pudimos reparar en qué encubrió el siniestro, escondimiento casi perfecto de otras acciones simultáneas e intereses extendidos hasta el presente.

Mientras, Bush Jr. demostraba ser muy mal actor, Bin Laden recordaba que otro mundo, hasta ese momento insensiblemente ignorado a conciencia, vive tras las bambalinas mediáticas globales: una extensa sociedad “no moderna” existía y se mostraba ante la fisurada arrogancia americana y europea.

Sin embargo, pocos sabían de los viejos nexos entre las familias Bin Laden y Bush, relacionados con derivados de los combustibles fósiles y muchos otros negocios millonarios.

Mientras, culturas completas fueron moldeadas con un odio a ese Occidente y han sido señaladas como culpables -aunque hoy se sepa más de autoatentados y similares acciones- de las atrocidades que han sobrevenido desde ese septiembre que nos abofeteó en el albor de una época que ahora vivimos, por entonces desconocida. Y comenzar así un nuevo milenio, un nuevo siglo, no auguró muchos parabienes.

El mundo giró: lo que parecía ficción era real y la misma realidad saltó al mundo virtual como otra realidad posible -llena de disfraces, de estratagemas, avatares y dobleces que han modificado en menos de treinta años las identidades de individuos, grupos, sociedades-.

Ya no todo es claro. Y uno de los campos más difusos es el del liderazgo político. Es como si no existiera perspectiva, como si se viviera en la invidencia, en una existencia de corto plazo y en una indefinición del rol de los gobernantes. Incluso esto es una preocupación entre analistas del campo y en personalidades que modelaron la política internacional hasta la primera década del siglo XXI.

Porque lo cierto es que en general los cambios en política han sido resultado de golpes de efecto, giros de timón. Y esto se alcanza con líderes que no existen en Occidente desde hace mucho, salvo algunas contadas excepciones. 

El fracaso de las reformas estructurales en Europa, los problemas demográficos, con un creciente envejecimiento de la población y un decrecimiento de la natalidad, la recesión que tornó histérico a casi todo el planeta -con la pandemia desde 2020 como indicador de problemas más complejos y acaso desconocidos por la mayoría-, las arremetidas de corte imperial de Rusia sobre Occidente, empleando a Ucrania como “territorio ejemplarizante”, las trampas para exterminio y desterritorialización entre israelíes y palestinos, repitiendo fórmulas de inculpación plagadas de engaño hacia el mundo entristecido, los trueques de contenidos y procederes entre las derechas y las izquierdas -que ya desdibujan lo que hasta los años ochenta del pasado siglo, tal vez, parecía distinguible-, el aumento de los gobiernos filtrados por el crimen organizado y con ello de una madeja, que no sistema, de corrupciones que parecen haber hecho metástasis en el cuerpo social de América Latina, África y partes de Asia, con influencias soterradas en Europa y no tan solapadas en el “mainstream” político de Estados Unidos; todo ello y mucho más, demuestra que las llamadas “democracias maduras” viven una crisis del concepto de Estado.

Y esa idea, de una democracia instaurada a través del Estado, es la que se ha exportado y querido mantener secularmente hasta el punto del fracaso evidente, desde aquel modelo de inspiración francesa -revolucionario, contrarrevolucionario y republicano- que acaso sigue siendo un sueño nunca realizado.

Hoy, queda más claro para los viejos políticos, provenientes del cierre del siglo XX -más allá de si son de izquierdas o derechas o centros-, que quienes mejor han comprendido el concepto de globalidad han sido los del campo empresarial. Cada vez más se vive una internacionalización de las grandes compañías y consorcios globales. Pero los políticos de hoy, poco visionarios por sus insuficiencias, no lo han olfateado con el adelanto que debieran. No han percibido la necesidad de pensar más allá de lo territorial -salvo algunos casos evidentes como China o la India y otros del eje asiático- y de comprender que hay procesos y producciones que no responden a un país en específico sino que son procesos globales. Parafraseando a un actor en una obra teatral que aborda los Media y el alcance de su poder: ¿En qué país ubicamos a una transnacional? ¿Qué nación es Coca Cola, Adidas, IBM-Lenovo u otros? 

Y es que realmente la crisis de liderazgo que vivimos refleja la crisis de valores que existe. Porque la mayoría de los mal llamados “sistemas sociales” responden a una “lógica” que va dejando de ser lógica. Va dejando de ser, de existir. Y el liderazgo que se va exigiendo, cada vez más, debe atender a desafíos globales, que chocan con los modelos modernos que aún se plantean en muchas regiones en nombre de nociones como nación, soberanía y territorios delimitados política y administrativamente. 

Sin embargo, tras la falsa defensa de esos “valores nacionales y soberanos” la mayoría de los gobernantes no perciben la importancia del capital humano. Los gobiernos no se están ocupando del desarrollo de los talentos de las naciones. Y esos talentos aplican la lógica del mundo global que vivimos. Por ello no responden del todo a esa rancia noción de “lo nacional”. Pero además porque, en ese aguzamiento que se genera entre el talento humano, son los primeros en descreer de la veracidad de los actuales líderes. Pues no son tales.

Es parte de esta época insultar al talento por mediocres empoderados en estructuras intermedias que, con sus mafias, socavan la emergencia de líderes auténticos. Y se ultraja el concepto que se ha tenido de lo que es un líder.

(continuará…)