¿Así es la vida?
En estos tiempos la autenticidad parece haberse convertido en un bien escaso, al alcance sólo de unos pocos privilegiados. Un colega reflexiona sobre este fenómeno, señalando cómo estamos inmersos en una era donde lo genuino y lo original es cada vez más difícil de encontrar. Vivimos en una época donde la autenticidad ha sido aniquilada, un lujo reservado para pocos. En palabras suyas lo auténtico es una peculiaridad creativa que no abraza a todos.
La falta de autenticidad nos sumerge en un mar de imitaciones, malas copias, versiones pobres e incluso plagios. Estamos rodeados de reproducciones que intentan emular lo genuino, pero que terminan siendo copias descoloridas y ordinarias, alejadas de su esencia original. Repeticiones de lo que alguien, desde su autenticidad, sí acuñó o ayudó a generar, para pesar de esa mayoría cómplice de lo no original, de lo ordinario, hasta vulgarizado, gris en sus infortunadas imitaciones, sujetas a lo que otros, quizá como ellos pero buenos en el galanteo con los poderes de la contemporaneidad, venden a la sociedad en calidad de contenidos novedosos, interesantes, necesarios, pero en realidad parte de un mundo repleto de ideas, realizaciones y resultados que son copias de copias de copias.
En medio de esto, se desvanecen los puntos de referencia que nos conectan con el origen de muchas cosas. Y la sociedad desorientada, ignorante, inculta, aplaude lo que sea, resultado de una conducción conveniente desde lo dudoso, sin saber si vale o no.
Vivimos en una sociedad que genera adicciones que impactan al individuo promedio. Esta ansiedad resultante impulsa la búsqueda constante de compensaciones, manifestándose en diversas formas y niveles de consumismo como síntoma de esa adicción. Si uno se siente inadecuado, porque no todos somos aptos para ir contra la corriente de la sociedad, entonces caemos en las reglas de “lo correcto”, lo adecuado. Para la mayoría no es cómodo ser inadecuado. Incluso la sociedad reacciona, en su conservadurismo exacerbado hoy, contra lo que es inadecuado. Esto lleva a que el promedio de las personas intenta satisfacer las expectativas de los demás. De otra manera no existen, o se disminuyen o desvanecen, se borran, las expectativas personales; y son suplantadas por el aplauso de los demás y sus expectativas son aplastadas por las de esa mayoría informe.
Porque se vive una época narcisista, del aplauso que viene de afuera y el vacío. Por ello las redes son tan efectivas: entrampan nuestra entrenada inclinación a la aceptación de los demás. Y si no lo somos, se nos cancela, se nos excluye, somos percibidos como incómodos. Pero nos gustan esos aplausos, esos “likes” que realmente no alimentan, ni siquiera le salvan a uno en los momentos más extremos.
Tratamos de encajar en esa trama de la vanidad social y la necesidad de aceptación. Lo que muchas veces, sino casi siempre, nos aleja de quiénes somos en lo más auténtico. Aun imposibilita cultivar nuestra autenticidad. La que sea. Que nos haga un ser singular, que aporte realmente algo desde ese poder, por cultivo, por alimentación individual de base, para ofrecer algo a los demás; por mínimo que parezca. Por eso vivimos una época que destruye el camino personal, incluso grupal y social, hacia algún tipo de plenitud, nos enfrentamos a la dificultad de hallar un sentido a nuestras vidas.
Esta vida en crisis de hoy ofrece más espacio a lo insano, lo opuesto a lo saludable. Hasta el punto de que se ha trastocado lo vital por lo destructivo, en lugar de una solución a los conflictos, a los problemas, a las contradicciones perennes, viejas y nuevas. Volvemos al experimento de los dos hormigueros: no hacen nada en un mismo espacio, cada uno posee sus reglas, se reconocen como diferentes, no se mezclan, pero saben de sus existencias y así conviven. Sin embargo, si perturbamos ese espacio, las hormigas iniciarán una lucha entre sí. Las de un hormiguero, y ambas desde su sentido como sociedades organizadas y estratos y funciones internas, considerarán a los vecinos como sus enemigos. Igual sucederá por parte del otro hormiguero y ninguno de los dos se dará cuenta que el enemigo es quien sacudió el espacio donde estaban. Hoy, cada vez más, no percibimos quién o quiénes nos sacuden. Y con esa invidencia nos atacamos unos a otros.
Ante una situación tan reaccionaria, no evolucionaria, como la que hoy es evidente, la primera responsabilidad se dirige a nosotros mismos. No sólo en el plano individual, que nos permita concebir alternativas, muchas, desde el plan A hasta el Z, que nos permitan salir del efecto ocasionado por esa invasión de lo falso cultural y de una propaganda que subyace en esa emisión de contenidos ensayados desde hace más de medio siglo y que han sido cada vez más sutiles, y cínicamente, concebidos para que la sociedad no se salga del modelo que los poderes, de un bando o de otro, se han propuesto controlar siempre y de hecho están controlando hoy, en su despedida de este mundo por cambiar en los años venideros.