PULSOS (parte III final)

Los artistas han sido afectados, como parte de la sociedad, en esta etapa de extraños cambios y reacciones explícitas. Las relaciones con lo político y con las instituciones, dentro de ellas las artísticas, están permeadas por viejos conceptos y reglas. Ello permite una redefinición práctica y teórica de conceptos como “identidad”, cultura, centros culturales y alternatividades. Mucho en cuestionamiento de un presente estupidizado, para reinventar el sentido disidente de lo mejor del arte en relación con la cultura y el proceso del presente al futuro del ser humano.

En estos tiempos críticos la mayoría de los artistas parecen amansados, o domesticados u hostigados por diversas vías, y con esa pusilanimidad o falta de temple, conducidos a esas posiciones porque entre nuestros tantos “handicaps” el fuero interior nos come, nos roe la vanidad –con ese empeño por vivir de lo aparente y lucir lo exterior–. Muchos persiguiendo el mismo confort opulento que han criticado. Incluso entrampados en una arrogancia que les hace mirar a los demás por encima del hombro. Con la convicción de pertenecer a un estrato de distinción, varios dan la espalda a un posible origen humilde y sencillo, que en nada es vergonzoso ni es para ocultarlo. Y querer un spot light encima, creernos estrellitas de una mise en scène, muchas veces de plástico, de quincalla, como esas cortinas refulgentes de cabaret en esta época de espectáculos fugaces y nimios.Pero vuelvo a reparar que, de cualquier forma, en los artistas no está el enemigo de esta época agrisada, como casi toda la estética distópica aumentada desde el HD hasta el 5k.

Porque en la práctica algunos, pocos, hemos sido disidentes, problematizando, debatiendo estos elementos, aunque nunca sea suficiente. En este sentido, esto me conduce a otro nivel de cuestionamiento.

La banda Rage against the machine en su intervención en 2000 en Wall Street con la cobertura de Michael Moore. La acción bloqueó durante un día al corazón bursátil en New York y constituye un ejemplo de acción antiestablishment. FOTO: Imagen tomada por el equipo de Moore, cortesía del cineasta, procesada por OjodeHipopótamo.

Surgidos del contexto latinoamericano, no pocos cargamos con un lastre, consecuencia de algo que primero fue una necesidad anticolonial, luego construcción y, tras ello, modelada obsesión, hasta convertirnos frecuentemente en caricatura, respecto a la modernidad, a la tardomodernidad y para algunos ciertos estados “post” de estas dramáticas y hasta patéticas prácticas que –desde finales del siglo pasado hasta hoy– vienen como reinventando fórmulas que no funcionan, por ser dependientes de construcciones –en al menos sus dos caminos más importantes: capitalismo y socialismo, y todo lo que a ello se le adiciona como vertientes extremas de estas expresiones que en última instancia “hacen” a la modernidad como “tiempo histórico” de más de cinco siglos– que urgen transformarse por inoperantes social y culturalmente si las percibimos desde un punto de vista humanista.

Las culturas latinoamericanas, como las de tantos espacios del orbe, tienen mucho que aportar a las llamadas “naciones canónicas”, varias de las cuales se proponen esas transformaciones con vistas a futuro, aunque, como he planteado en las dos partes anteriores, siguen frenadas por los órdenes de sistemas que van sucumbiendo, poco a poco, para dar paso gradual a otros diseños aún no del todo concebidos.

Desde la modernidad ha habido un feedback entre los llamados centros y periferias. No podemos olvidar que, con sus temporalidades diferentes pues hablamos de una etapa que comprende desde el siglo XV hasta el XIX, las relaciones entre metrópolis y colonias, aunque más lento, eran conflictivas pero efectivas y conformó el primer fenómeno de globalización de la etapa moderna. Además, visto contemporáneamente, esa disyuntiva entre centros y periferias lleva más de cuarenta años en discusión, incluso en bienales y otras plataformas o megaexposiciones de artes se ha trabajado a partir de estos conceptos y las problemáticas que de esa relación-conflicto se desprenden. Pero creo que los artistas latinoamericanos en sus movilidades –como otros de África y Asia, y no son pocos los buenos ejemplos, posicionados a nivel internacional desde una creación seria, no en coqueteo con los espacios mercantiles sino de experimentación– han logrado otros niveles de representatividad que no puede compararse con lo que hace unas décadas sucedía.

Sí es cierto que hoy asistimos a un recogimiento dentro de esta etapa de crisis, respecto a épocas como las del cinetismo o el óptico como derivaciones de un proceso de la abstracción precedente, que visibilizaron a artistas latinoamericanos hoy “de culto” para muchos de los procesos de tecnología aplicada a la creación artística. Pero en la asunción de un nuevo tipo de artista-sensible-intelectual, nada de esto se desconoce sino más bien responde a unos “vasos comunicantes” que son globales y transhistóricos. Porque tras mucho reclamo en nombre de “lo periférico” y de “otras culturas” –que sí ha sido un problema, sobre todo años atrás– lo que hoy vemos es parte de la misma quejumbre que afecta a los discursos fundamentalistas disfrazados de izquierdas y manipuladores de lo genérico, lo ambiental, lo tolerante e inclusivo, para terminar practicando muchas veces todo lo contrario y luego exteriorizar una violencia y un resentimiento contenidos, nunca mejor aprovechados por políticos y mafiosos, que también influyen en lo que la sociedad se come como “arte”.

Tania Candiani. Máquina Telar, 2011-2017. Tarjetas perforadas, mecanismo de madera, generador de tonos, altavoces, dibujos, tiras bordadas y video monocanal. La artista investiga en las bases culturales propias y universales, con ello genera una conjugación entre herramientas del pasado con algunas actuales. Su obra expresa valores relacionados además con el conocimiento, el acervo y la imaginación humana. FOTO: Imagen procesada por OjdeHipopótamo.

Muchos de esos artistas latinoamericanos, africanos o asiáticos, que menciono de modo general para no pecar en olvidos o parcialidades, trabajan con procesos combinatorios donde incluyen sus formaciones, pero además las de otros artistas, creadores de otras disciplinas, que forman parte de un team. No se pierde el sentido autoral de ellos porque la filosofía es la del laboratorio, el Lab, que en gran medida recupera lo gremial premoderno, consciente que las tecnologías no hacen al arte sino los seres humanos en su cualidad creativa, son un conjunto de técnicas –herramientas o instrumentales que convergen– para crear algo que incluso puede estar redefiniendo el concepto occidental del arte con sus procesos y resultados, no sólo como medios.

Esto no debemos confundirlo con lo que hoy nos quieren vender como nuevo, con la inteligencia artificial, el chat GPT y otros similares. Son herramientas actualizadas tras un proceso de décadas. Imprecisas aún, que forman parte de una sombrilla mayor que son los medios tecnológicos aplicados a la creatividad, y dentro de ella, al arte. Pero poseen diversas utilidades que generan cultura, y dentro de ello se encuentran las ciencias, la medicina, los campos económicos, sobre todo los del orden militar; y por contraste algunos alternativos, varios proyectos de resiliencia que son todavía jóvenes y muchas aplicaciones no perceptibles pero que nos rodean a diario y empleamos sin saberlo de modo cotidiano.

Es un proceso bastante heterogéneo, donde está implícito el uso de tecnologías cuando es necesario. El artista auténtico no se deja llevar por los efectismos de las herramientas, sino que las estudia para percibir qué nuevos o viejos conceptos, problemáticas, son pertinentes en el empleo de ellas o en el uso de otras más tradicionales, aun en la combinación de ambas. Sin embargo, en lo concerniente a una conciencia sobre estar en ese umbral de procesos diferentes, cada cambio instrumental genera siempre un cambio de problemáticas, cuestionamientos, o redefiniciones sobre nosotros mismos –y ahí nuevamente el sustrato filosófico inherente al arte reflexivo–, y las nuevas problemáticas pueden reificar otras herramientas u operaciones y también morfologías.

Hoy percibimos que el llamado Media art, y los consecuentes Intermedia y Transmedia, dan paso a procesos y creaciones insospechados, pero sí incrementan nuestras capacidades multisensoriales. Y estas, incrementan nuestras posibilidades de generación en el pensamiento, en nuestro ámbito cognitivo, en nuestras sensaciones, emociones y sentimientos. Por ende, en nuestras capacidades relacionales. Visto desde la creatividad artística, esto aumenta lo mejor de nuestra naturaleza humana y hace evolucionar diversas formas de lenguaje. Desde otras posiciones es empleado por esos que parecen dominar: esos seres abyectos que también existen, dañan a nuestra condición humana y no merecen vivir. Y nuevamente esa construcción que nos sitúa a algunos por encima de las bestias: que es la cultura del deber ser.

Procesos de intervención quirúrgica que emplean Inteligencia Artificial para incrementar la efectividad y cura del paciente. Son procesos creativos aplicados a otros campos en función del mejoramiento humano.

Hablo de procesos creativos previos a algo que irá adquiriendo otras formas, pero los métodos de inteligencia artificial hace años están dentro de los procesos artísticos de una manera más solapada. Sucede que el buen arte no tiene que andar con fanfarrias, anunciándose como feria, diría Borges. O como decía Wole Soyinka: el tigre no anuncia su tigritud cuando salta sobre su presa. Sencillamente es tigre. Todos lo conocen por su rugir. Y esto nada tiene que ver con la retórica pseudorromántica que permea a las realidades sociales y genera tan horribles expresiones clichés, plagadas de esa cosmética que es puro envoltorio para disimular un vacío generalizado, hasta el punto de dañarlas con esa otra retórica: las construcciones identitarias. Porque en la incapacidad de definir algo que es una construcción, en la imposibilidad de clarificar algo que no es real, se evidencia la desfuncionalización de ese “algo”, y esto lo convierte por ende en un proceso abstracto, que con su vacío incrementa su sentido de lo no explicable, además que mayormente “lo identitario” no necesita ni alcanza explicación alguna –y vuelvo a poner este ejemplo nominalista y conceptual: ¿quién puede explicar a qué sabe un mango? –.

Curiosamente, esta obsesión identitaria realmente no ha ayudado a definir al ser humano en sus esencias, sino a dividirlo más en nombre de hábitos, doctrinas, ideologías de efectos localistas y reductores. Todo eso llamado “idiosincrasia” con el disfraz de “lo nacional”, y dentro de eso otras construcciones como las de “soberanías” versus “injerencias” –que motivan a un texto mayor–, ha afectado profundamente a la cultura durante todo el siglo XIX y sobre todo el XX, junto a estas extensiones en los primeros veinticuatro años de este nuevo siglo. Lo que aleja a toda práctica emancipadora de su esencia, romántica en su base, pero no esa tergiversación que la sociedad ha hecho de lo romántico, pensamiento y acción que realmente ha intentado concretar un proceso liberador en aras de un paradigma aun hoy llamado utopía, por inalcanzable.

Entonces no necesitamos estar diciendo: “soy artista del New Media” o “soy artista latinoamericano”. Caemos en un patetismo cuando hablamos de esas maneras. El arte, en última instancia, no necesita de apellidos ni gentilicios.

En casos como los de Latinoamérica, sobre todo, nos estamos poniendo repetidas veces el cartelito de “artistas periféricos” o nos lo dejamos poner. Y lo creo innecesario. He trabajado con creadores de múltiples contextos, desde Alemania, Argentina, Chile, Colombia, Corea, Cuba, España, Estados Unidos, India, Irán, Italia, México, Mozambique, Nicaragua, Noruega, Senegal, y todos hemos hablado “de tú a tú”, en un mismo nivel de lenguaje que es posible encontrar si trascendemos la “babelia” en la que nos han hecho creer. No hay una diferenciación y si algo es peculiar, abrazamos esa peculiaridad como algo enriquecedor, no diferenciador.

Fidel García. Vista de uno de los espacios de su muestra antológica OUTSIDER, en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) de La Habana, Cuba. Septiembre de 2023. Curaduría de Milton Raggi con el apoyo de AXIS Lab. El artista opera desde la Deep Web y otras formas relacionadas con el «hacktivismo». En la imagen: obras que procesan Data sobre la corrupción en Cuba desde 1959 hasta el presente (izquierda), Data extraída del Vaticano para crear una metáfora de Dios a partir de procesos interactivos que traducen información en imágenes (derecha). FOTO: Cortesía del artista, Milton Raggi y AXIS Lab.

Esas diferenciaciones mayormente dañan, distancian. Y a veces incluso, cuando nos encontramos con esos petulantes que también forman parte de esa institución Arte, abordada desde el primero de estos tres textos, lo que debemos es hacerles ver cómo podemos hablar en un lenguaje común, e incluso, ir por encima de esa expresión llamada “identidad nacional” –trastocada a conveniencia con la identidad cultural– diseñada para dividir las lenguas. Eso fue lo que pasó con el “boom latinoamericano” en una época, lo que pasó con el modernismo: como boomerang del contexto latinoamericano a la región ibérica. La renovación de las lenguas en el contexto español se debe en gran medida a lo que estaba sucediendo hasta principios del siglo XX en Latinoamérica. Incluso, no hubiese sido el mismo barroco hasta el cierre del siglo XVIII de no haberse combinado con la impronta “ultra” americana. Y así numerosos ejemplos de retroalimentación y enriquecimiento diversos.

Sin chauvinismos, hay que ver que todo esto es un flujo. Y ese sentido del flujo es lo que no podemos perder de vista. Entonces, cuando nos ponemos el cartelito de “artistas cubanos”, “artistas mexicanos”, “artistas latinoamericanos” o de “artistas de periferia”, estamos haciéndole el juego a unos mediocres, estúpidos e ignorantes, que forman parte de la institución Arte y quieren seguir conformando este sentido de estratificación de las artes, cuando hoy existe un nivel donde no hay realmente una diferencia.

El desfasaje está en las mentes de cada uno de nosotros, está en los folklorismos que tanto nos han dañado. Porque mucho de lo llamado folklore no es realmente parte de “la voz o el lenguaje de los pueblos” sino un engaño, un embuste para hacer dinero desde la mentira convertida en cliché, lugar común para seres consumidores, también estúpidos, sobre algo que se pretende como “tradicional” pero no es vivo, no se cultiva. Y al no cultivarse no es cultura sino arqueología, algo perteneciente al pasado. Algo que no se desarrolló más, sino se enquistó y hoy se vende como lo que “caracteriza” a una presunta cultura. Pero está comerciando, de otras formas, con el mismo producto kitsch que es resultado de una copia acaso infinita. Y eso afianza las falsas identidades que nos han creado la noción de “identidad cultural” durante más de 100 años, o más, en los contextos no sólo latinoamericanos.

Somos consecuencia de un pensamiento que salió de París, que salió de una revolución en 1789 que prevaleció como un ideal, en el reino de un imaginario socio-cultural. Mucho ha sido una impostura en ese sentido y hoy estamos en este tejido complejo, reaccionario y crítico, precisamente porque las nociones identitarias acostumbradas, consecuencia de los estamentos modernos, están modificándose dentro de un paisaje agrisado, como los ambientes de la distopía. Porque es lo que se vende y se quiere que creamos, para no ser divergentes.

La dismorfia de dinero: un padecimiento mental moderno-contemporáneo, derivado de las obsesiones generadas por la banalidad y la vanidad. Hoy se manipula por los poderes mediáticos -y los que se ocultan tras los mismos- como estrategia de estupidización de la sociedad. FOTO: Imagen libre de las redes, procesada por OjodeHipopótamo.