SWALTY 1.0

Desde el Maelström… a Samu, Dorian y D

Vorágine de época esta. No sospechamos vivirla hace más de cincuenta años, tantos anhelando y creyendo hacer por un futuro, y hoy este torbellino lo alcanza todo, desde lo invisible para la sociedad general, hasta quizás el rincón más insospechado de un orbe que poco tiene por celebrar, y el porvenir imaginado, postergado o inalcanzable.

Sólo, algunos, pensamos-sentimos continuar en un umbral de adolescencias. Y por ello todo lo que sucede como paso, alejamiento o despedida, hacia otros ciclos aun borrosos, como bucles que mantendrán o traerán a presente-futuro viejas ideas con otras nacientes, y mucho de “nuevas” herramientas. Esas que marean hoy a tanta muchedumbre pero que son las de un tiempo de cambios que abrazo y por el que profeso desde hace más de veinte años.

Este “hoy” es dominio de batallas entre algo disfuncional y otro algo, informe todavía. Y por impreciso es prudente saber cómo crearlo. Es por ello tanto desafuero, tanta “corrección” que se pide a la sociedad, esa desmedida oleada de nacionalismos desde un bandazo a otro, en las realmente difusas ideologías –divisorias, excluyentes, engañosas de casi todo el mundo, por mucho enemiga de libertades, que enarbolan banderas, escudos, himnos, historias, orgullos y más construcciones; casi todas eso: mise en scène para enaltecimiento de las masas que apoyan estos pataleantes sistemas, que así sigue siendo la sociedad, hoy global–, con tanta inquisición que sólo dormía, no había dejado de existir, y condiciona qué podemos o debemos hacer y decir. En medio de una pútrida mazamorra donde todo debe ser respetado, hasta lo que sabemos que va en contra de tanto.

«Retrato de Rose Sélavy» (parte de las sesiones de imágenes fotográficas realizadas por Man Ray al personaje creado y representado por Marcel Duchamp, considerado uno de los padres del arte contemporáneo desde fines del siglo XX hasta la actualidad). 1921. Imagen: Procesada por OjodeHipopótamo.

Porque vivimos en un gran hartazgo, claros de que mucho de ese mucho no funciona como esperábamos, acaso entrópica, si no devastadoramente. Porque estamos en medio del desorden, justo en el centro de una incertidumbre vital, entre acciones, pensamientos, sensaciones y situaciones que distan de la armonía.

Y es por ello que sucede tanto en eso que llamamos “arte”. Uno de los campos donde más se expresan los síntomas del fin de una época y el comienzo de otra, pero no todos lo notan. Es ahí la razón de una suerte de contienda entre corrientes, cada vez más visibles para la sociedad, aunque no comprenda los elementos que se esconden detrás de sus bambalinas. Hoy, como hace rato no se vislumbraba con tanta fuerza, lo que sucede en el campo artístico delata corrientes de acción y pensamiento que se mueven a favor o se resienten contra lo que vendrá.

«Primavera negra» de Praga. Tanque de guerra soviético colapsando la fachada de una edificación en la capital de la antigua Checoslovaquia. 1968. Imagen: foto de Helmut Hoffmann. Procesada por OjodeHipopótamo.

El hito histórico dentro de la contemporaneidad podemos situarlo en 1968. Fueron varios los epicentros de ese descontento no sólo de una generación, sino de la anterior a la misma desde sus pensadores y activistas respecto a los sistemas socio-políticos en varios espacios. Los más conocidos: Praga, París, Ciudad de México, pero también diversos fenómenos en Estados Unidos de América con los Black Powers, el asesinato de Martin Luther King Jr., las protestas antibélicas, los hippies y demás corrientes contraculturales, o en otros contextos latinoamericanos, europeos y asiáticos. Un axis mundi parecía telurizar casi todo. Como una sincronización internacional del malestar. Un indicador del Zeitgeist. Un enfrentar, con mucha ingenuidad también, pero deseosos de mejores futuros, al establishment de cada contexto que al final se conectaba soterradamente. Se soñó una libertad, pero no fue conquistada sino domesticada, relegada a un silencio que comenzó a habitar en la década posterior en el ámbito más privado, personal, envuelto en el edulcoramiento social como sutil lobotomía y eficientemente practicada con los “modos de vida” de una clase media –viralizada día a día por la estupidización estándar– que comenzó a fomentarse en diversos contextos.

Ejército mexicano ocupando el Zócalo de la capital de la República. 28 de agosto de 1968. Imagen: Procesada por OjodeHipopótamo.

Ello afectó todos los campos y el sistema aplicó otros métodos de control: dictaduras –de un lado o del otro–, silenciamiento de la “contracultura” con la industria cultural que se disparó en los setenta, más descarnadamente que en los años de postguerra anteriores. Poco espacio se dejó para rumiar en realidad un posible cambio de los sistemas. La sociedad en consecuencia comenzó a ser más conformista con la edulcoración como lobotomía. Un posible cambio casi imposible, … hasta hoy.

Eso ha sido la cultura Pop, la Disco, el dancing light como sustituto de la psicodelia que antes parecía indomable y además era percibido como antisocial e indecente. El reacomodo de la masa con mucho entretenimiento y parcelación de su naturaleza, nuevamente entrenada. Época mala. Estéticamente fea como expresión de una posición reaccionaria en mucho de lo que sucedió hasta la segunda mitad de los años setenta. Periodo conservador, de artificios para aumentar la “era del espectáculo” bajo el mando de los consorcios de la cultura, bien minados por bases ideológicas llevadas por las manos de cada poder.

Imagen que iconiza la estética y la época Disco de los años setenta del siglo XX. Imagen: Procesada por OjodeHipopótamo.

Allá, en esos años, radica el germen para poder comprender un proceso que ha llegado hasta hoy y se ha perfeccionado, aunque no es infalible. Por eso los medios de comunicación no visibilizan artistas actuales o “de culto” por parte de estos más recientes. Tiene que mantener todo bajo control y aparentar disrupciones y escándalos que son parte de sus diseños. Como en honor a ese viejo refrán: “juega con la cadena, pero no con el mono”. O como un sociólogo a quien respeto mucho me dijo en una ocasión: “mucho o casi todo es posible, hasta que ‘nombras’ la clase política”. Y por política debemos entender una sombrilla que todo lo cubre, y el arte en medio, hasta la base social a la que se quiere mantener anonadada. Si no todo, mucho es parte de lo que han determinado que es “políticamente correcto” durante más de cincuenta años.

La misma industria de la cultura genera los mecanismos para provocar la reacción de la sociedad atontada, sin brújula real. La provocación y el escándalo –controlados– son medios perfectos para que sean redituables los negocios.  

Y es una receta que nos llega hasta la actualidad: epatar, enardecer, sin mucho más sentido que ese, pero de modos taimados, para crear los spotlights necesarios sobre algo manejado como noticia. Y con esa noticia, crear cortinas sobre lo que sí puede ser parte de los fenómenos de cambios. Y esconder ante la visión banalizada corrientes que nunca han desaparecido: las de la disidencia cultural y dentro de ella la intelectual y artística.

Por eso Warhol es más conocido mediáticamente, incluso hoy. Fue una de las dos caras de esa moneda que se acuñó bajo el nombre de “arte contemporáneo” desde los sesenta-setenta hasta finales de los ochenta del siglo XX y es parte de la madeja que se conserva aún. La otra cara, más cuestionadora, más a tono con un proceso que no se quiere ver desde la postguerra del siglo XX, con diversas direcciones que hoy también existen y no beben de esa agua oscurecida que parece predominar, es la aportada por alguien como Beuys.

Andy Warhol -izquierda- y Joseph Beuys -derecha- en Nápoles. Abril de 1980. Imagen: Foto de Mimmo Jodice. Procesada por OjodeHipopótamo.

No cabe dudas que el pálido de Pittsburg es más reconocido mediáticamente respecto al hijo de Krefeld. Cartesianamente, pudiéramos decir, en ellos se resumen las dos naturalezas más importantes del arte contemporáneo hasta hoy: el pragmático y aparentemente banal –pues así es como nos lo han mostrado además–, efectivamente vinculado con el mercado y sus reglas de circulación de capital financiero valiéndose del capital simbólico; y el más experimental, de cierta manera incómodo y dador de una espiritualidad necesaria de recuperarse en Occidente y en el mundo, dinamitador desde las instituciones incluso, o desde la alternatividad, para trascender la noción tradicional del arte. Visto así, Andy era un ambiguo dandy-voyeur y un conservador pro-sistema. Joseph un renegado del mismo, invocado por el shamanismo universal y “artivista” por necesidad –manera de exorcizar los excesos de su cultura base–, que inquirió la naturaleza del arte devolviendo dimensiones acaso casi perdidas.

No es común en las personas tratar de entender lo que consumen. Es así en lo más frecuente de la vida. De modo similar sucede en el campo de la cultura artística. Rara vez la sociedad va a entender qué hay detrás de cada vanguardia artística que ha aparecido o de cada tendencia que se encuentra varios pasos por delante de lo que percibe la media. La dicotomía entre instrucción, educación y cultura no ha sido solventada, a pesar de ser un problema también por décadas. Y prácticamente todos los niveles de la institución Arte pecan del mismo problema. O tal vez nunca fue un problema para los sistemas de cada nación, sino parte de algo bien concebido con todo el cinismo que implique: cumplir con los derechos como parte de la Carta magna de 1948, pero siempre dejar algo por arreglar porque a la sociedad no se le debe dar todo, menos las armas para pensar con más libertades. Y el arte, el que vale, es un liberador a favor de esa emancipación de raíz romántica.

Lo nuevo suele andar lleno de tropiezos. Además nos desconcierta, nos saca de nuestra zona de confort. Nos sitúa ante lo presuntamente extraño, ante lo disímil, aun lo ajeno. Usualmente la sociedad rechaza lo nuevo porque no lo comprende, porque lo ve como algo que remueve lo que generamos como habitus. Es algo inherente a nuestra naturaleza más conservadora, una suerte de reacción-reflejo heredada de nuestra raíz sobreviviente, pues, como he planteado en otras ocasiones, somos sujetos de la tradición. Y la tradición es “una ilusión de lo permanente” en los campos de la cultura humana…

… una ilusión bien defendida.