Q
Los datos están ahí. Con sólo buscar en Internet “googleando” Quincy, el algoritmo reconoce de quién hablamos y se encuentra mucha información, parecida quizás, repetida tal vez, pero nos da una idea sobre quién hablamos al ser merecidamente, y por décadas, una figura mediática.
Quincy Delight Jones Jr., es un ser que supo ser, y ver más allá. Un gran dinosaurio que transitó del mundo sonoro analógico al electrónico y de este a la irrupción digital; de las jazzbands a la era sintetizada que anunciaba nuevas herramientas desde los años noventa y él, como algunos elegidos, supo asimilar y crear con ellas.
Vino de los años cincuenta como trompetista, pianista, cantante, director orquestal, compositor y arreglista. Trabajando en la bigband que acompañó a Frank Sinatra, además de otras tantas, y creando bandas sonoras para decenas de filmes.
Y gracias a Sinatra, aprendió a percibir mucho más la importancia que él, Quincy y algunos otros, ya contenían, practicaban y profesaban en relación con la cultura afroamericana. Pero además con algo más allá de esa cultura mestiza que se teje dentro de lo que hoy podemos llamar cultura universal.
Quincy vino del jazz y de una concepción particular y progresiva de entender la música. Eso incluso lo llevó a tener esa mentalidad como manager y como productor musical a gran escala. Eso fue creciendo y se volvió muy evidente, especialmente en los años 80, cuando da la bienvenida al talento de Michael Jackson.
Michael, era un joven que había formado parte de ese quinteto tan importante, The Jackson 5. En él Quincy también percibe algo mucho más allá y fue el cerebro tras la ya clásica trilogía de Michael: Off The Wall (1979), Thriller (1982) –hasta ahora el álbum más vendido de todos los tiempos y de su carrera– y Bad (1987). Esa capacidad de Quincy Jones, ya probada desde sus años dentro del jazz, le permitió trascender los llamados géneros musicales.
Desde su base, con una estructura orquestal que no dejaba de ser compleja, hasta toda esa producción que comienza a desarrollarse, especialmente desde los años setenta, vinculado con la música afroamericana que muchos hoy recuerdan por la Motown Records pero que también tuvo otras líneas de producción.
Sin embargo, esa conexión multiétnica no lo conmina a dar la espalda a colaboraciones como las que podría hacer Michael, por ejemplo. Gracias a esa intuición sensible y ese olfato que pocos poseen, Quincy Jones es el artífice del gran tema que es hoy un clásico: Billie Jean. Pero todo es sólo la punta de un iceberg que podemos llamar “el Universo Q”. Y entre otras, incorpora en una gran canción, un gran hit como Beat It, a ese otro virtuoso que fue Eddie Van Halen, que venía del mundo del rock.
De un rock duro que deriva casi en un heavy metal. Un gran pionero en la guitarra. Y en Beat It, esa percepción desarrollada de Quincy Jones produce un matrimonio, una simbiosis, entre dos géneros que no estaban entrelazados aparentemente, pues no estaban en absoluto divorciados, y que de cierta forma sería la fórmula para posteriores uniones genéricas, como las del rap y el rock con Run DMC y Aerosmith, o las de una Montserrat Caballé con un Freddie Mercury. Quincy Jones fue un pionero de esos maridajes.
Esa es una capacidad en la percepción de Quincy Jones. Pero mucho más cuando, algo antes, en 1984, es llamado a hacer USA for Africa: We Are The World, canción coescrita con Lionel Richie y donde se puede gozar de la potencia de un viejo hermano de Quincy: Ray Charles. Convocan bajo la batuta, literalmente bajo la batuta suya, a cuarenta y seis grandes e importantes artistas de los años setenta y ochenta. Distintos géneros, desde rythm & blues, el country, el rock, el pop, el jazz. Un tema épico que por supuesto responde a los rostros políticos que se querían mostrar en una época también compleja: el “reaganismo” y una sociedad norteamericana debatida más entre lo conservador y lo progresista. Allí estaban ellos, gran parte de los grandes jefes del fenómeno que fue la música de los ochenta. Y muchos de esos cuarenta y seis dejan una gran pauta para la música posterior.
Y para bien de la música, si la comparamos con los productos pedestres, banales y vacíos que se están haciendo en gran medida dentro de la industria musical actual. Incluso cuando hay grandes ejemplos de valor musical y artístico que, aunque no tuvieron una relación directa con Quincy Jones, están ahí haciendo su trabajo. Tanto en el contexto anglosajón, como en otros contextos de América, o de Occidente, o de Asia. Ni qué decir de esa gran riqueza que Quincy supo ver con todo el Afrobeat y con más música que seguía generándose en el contexto africano, como gran cultura madre imparable.
Quincy es uno de los mejores ejemplos de cómo ser artista y de alguna manera generador político cultural, enfrentando prejuicios, lidiando o rompiendo con los mismos, fracturando fronteras que lo llevan a ser un defensor de la cultura afroamericana en Estados Unidos y más allá de ese vasto y complejo territorio. Y en su percepción como productor musical, entonces escala otro nivel.
Un nivel que hoy genera un legado, nuevamente dentro del jazz, dentro de la fusión, dentro de un sentido multicultural que es muy importante que no perdamos de vista. Sobre todo en una época tan retrógrada, tan reactiva como la que estamos viviendo ahora, cuando Quincy, a los 91 años, muere físicamente y deja una herencia inmensa.
Su despedida parece como una especie de lección importante desde el punto de vista de la cultura, en vísperas de unas elecciones que son complejísimas –cuándo no han sido difíciles y epicéntricas–, en esta etapa que vivimos. Porque construyen, manipulan y se valen de una idea confrontativa entre izquierdas y derechas en ese “ombligo del mundo” y del mundo imperial. Y Quincy se despide de nosotros intentando hacernos pensar desde hace décadas, de alguna manera, en la importancia de ir más allá, de ser inclusivos, de no negar el pasado, de hacer del mismo algo con miras de futuro, no anclarnos en la tradición, sino reinventarnos todo el tiempo, como él hizo con experimentos, interesantes fórmulas dentro de la música, que se perciben, sobre todo en la figura de Michael Jackson, pero también de seguidores muy jóvenes como Jacob Collier, Alfredo Rodríguez Jr., artistas a los que siguió impulsando desde otras vertientes de una música que mira a la cultura, al acervo, sin anclarse en ella.
Su intensa vida y extensa obra lo hizo ser un “evolucionario” desde la industria musical. Es Quincy Jones, con esa mirada más allá, hacia un futuro que hoy parece atontado, pero sigue su urdimbre discretamente, para tiempos por venir.