Crisis
(Parte I)
Cuando los ciegos guían a los tontos
Comparto una obsesión, esa que empuja a rompernos la cabeza sobre qué época vivimos, cómo es, por qué es así y a dónde nos puede conducir. No es una obsesión única. Aunque no sea fácil percibir en muchos, es parte de nuestra naturaleza humana. Es el Kairós aristotélico, el Zeitgeist de Herder y luego Hegel, el Dasein heideggeriano: ese sentir-pensar las cosas, los procesos y los hechos del presente, consciente en algo del pasado y proyectar un sentido de futuro, aunque este no parezca promisorio.Y nos lleva a esa pregunta obsesiva: ¿Cuál es nuestro tiempo? Tal vez sea muy difícil caracterizarlo en síntesis. Pero al menos tenemos una pista: nuestra época es crítica, extremadamente.
No nos engancha mucho lo que leemos, poco de lo que escuchamos o vemos. Nuestro sentir está como inerme, atontado, aturdido y similar a nuestro pensar o nuestro hacer. Vivimos en una sociedad adormecida, otros dicen “del cansancio”; yo: de la inercia, la abulia y la espera de algo que parece no llegar. Dentro de la cultura, que es todo lo creado por la humanidad, las artes se han estancado. Y la sociedad cree, padece como un mal común, que lo que hoy hace y ostenta dinero es lo que vale en artes.
La mayor parte de las expresiones culturales se afectan por esa crisis. Y nos quieren mostrar como novedoso lo que no lo es. Como nuevo lo que es viejo quizá, pero olvidado y hoy “actualizado” por engañosas modificaciones para seguirnos entrampando.
Quienes gobiernan pueden ser similares o peores: no saben leer ni hablar, menos pensar o actuar. Los más, son politiqueros, que no políticos. Pero eso sí: somos sujetos a los egos del poder. Un poder que en realidad no es binario, no responde a un bando u otro, ni aún existe una tercera opción, sino a otros intereses que no se exponen a la sociedad; pero con seguridad no van ni a la derecha ni a la izquierda, menos adelante: porque van al morral de sus ganancias.
En nuestro tiempo no hay ya líderes reales, sino impostores. No hay acción, todo es desde un nihilismo que mueve a la pasividad. Son pocos los intentos por cambiar algo. Y los que lo anuncian con fanfarrias responden al viejo populismo, venga de donde venga, vaya hacia donde vaya, que les sirve para seguir haciendo de la política un negocio, no un servicio a la sociedad.
Hoy somos hijos del extravío en ese ámbito, pues ni sabemos qué define a un fascista, a un comunista, un socialista o un capitalista. Menos sabemos sobre quién tiene la razón, en un mundo donde todos pensamos llevar la razón y donde lo que sucederá será la deposición de este viejo orden que hoy patalea, se retuerce en su lecho de muerte, ante una realidad que cambiará y este viejo orden morirá, porque ni edificó al súper hombre ni al hombre nuevo: sólo aumentó la podredumbre de la sociedad completa.
¿Cuál es nuestro tiempo? El de un oscurecimiento, una medievalización del pensamiento, el hacer y la praxis. El de un falso ejercicio de lo inclusivo y realmente un juego con la ignorancia, la amnesia y la capacidad nuestra de hacer bien, el del aumento de la intolerancia, de nuestra incapacidad por dialogar y aceptar realmente lo que nos es extraño o diverso. Por toda esa ignorancia manipulada, es un tiempo de mayores miedos, y eso ha sido harto explotado mediáticamente, ocultándose las experiencias que apuestan por los anhelos.
Se promueve más el temor que la posibilidad de emprender lo que soñamos. Porque eso genera “profit”. Hablar hoy desde lo bueno, o edificante, no activa esa morbosidad de tanta sociedad embrutecida y dirigida hacia la incultura y lo abyecto: esa incapacidad de saber sobre nuestro acervo, sobre qué hemos creado productivamente para estar por encima de otras bestias.
En nuestro tiempo es más complejo saber qué es verdad o qué es mentira. Incluso puede que la mentira sea la verdad para los muchos. Y que lo falso, lo engañoso, prevalezca por un tiempo más,… hasta hacer explotar de alguna forma ese nuevo orden que hoy se haya informe, pero ya existe sutil, observador y soterrado, en esta época, en este tiempo donde nos hayamos.
Hace más de doscientos años la humanidad se despidió de una realidad fragmentada, también harta o cansada socialmente, y diseñó una realidad basada en lo moderno, en las naciones, en los partidismos, las nociones de progreso y dominación humana sobre casi todo. Hoy lo que vivimos es resultado de la crisis de todo ello, agudizada desde hace más de seis décadas.
Nuestro tiempo es hoy el de la despedida a algo inoperante y, con décadas por desarrollarse aún, el de nuevas prácticas culturales que nos adentrarán en otras épocas. En ello, perecerá la sociedad inculta porque será dominada hasta el ahogo por esta podredumbre del hoy. Su cabida en lo que vendrá, será dramática, al menos. Pero diferente, tal vez.